El catalán acarició el oro, pero perdió en el último mano a mano con el portugués Rui Costa, que había dejado de rueda a Valverde (bronce) y Nibali, que fue cuarto.

La imagen del podio resumió la carrera: lágrimas de felicidad de Rui Costa, merecido y nuevo maillot arcoíris; llanto inconsolable de Purito Rodríguez, enorme corredor que en dos años ha perdido un Giro, una Vuelta y un Mundial; mirada desorientada y cara de culpabilidad de Alejandro Valverde, quien logró su quinto metal mundialista (bronce), ninguno de oro, y erró por no tapar el movimiento final de Costa. El murciano recibió una sonora pitada cuando subió al cajón.

La teoría del manual ciclista es clara: si tienes un compañero por delante y un rival va a por él, debes salir a cubrir ese hueco. Pudo darse la posibilidad de que Costa desistiera en su intento, o de que el acelerón de Valverde reuniera de nuevo al cuarteto que se jugó el título y pudiera vencer al sprint: era el más rápido de los cuatro, porque Urán se estrelló en la última bajada de la cota de Fiesole.

Sin embargo, Valverde achacó a la falta de gas no haber podido saltar tras el portugués, y la superioridad numérica de la Selección se redujo a nada. Nibali hizo vibrar al Campo de Marte florentino, pero su entrega no obtuvo recompensa: medalla de chocolate después de irse al suelo a tres vueltas del excepcional y desastroso desenlace para España. Rui Costa, valiente y muy inteligente, alcanzó a falta de 500 metros a Purito, fundido, y le remató sin piedad.

El mal tiempo, unido a las caídas y la exigencia del recorrido, provocó un goteo de abandonos imparable: Egoi, Contador, Luisle, Samuel, Herrada, Quintana, Wiggins, Froome, Evans, Porte, Phinney, Horner, Roche, Dan Martin... Lluvia incesante, truenos, relámpagos, casi siete horas y media encima de la bicicleta, 272,2 km de trazado y 60 de ascensión a dos muros con porcentajes del 16%. No tendría que haber dudas al respecto: el ciclismo es el deporte más duro que existe. Acabaron 61 de los 208 participantes.

Bajo estas circunstancias, Rui Costa se enfundó con justicia el arcoíris. A la Selección, una suma de talentos que en la historia reciente la lía en los momentos decisivos por no actuar como un equipo, se le ha quedado el molde de "cara de tonto" desde 2004, último oro del tricampeón Óscar Freire.

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