Final con dinamita en Peña Cabarga. Ganó Kiryienka (Sky) y hubo emoción entre los gallos de la carrera. Horner se pone a 3" de Nibali en la general.

A 40 días de cumplir los 42 años, Chris Horner es el principal candidato para ganar la Vuelta a España. No le hace falta vestir de rojo para ser el máximo favorito. Se encuentra a tres segundos del liderato y no da muestras de cansancio. Al contrario. Cada vez sube más fácil, más sonriente, más implacable. Le admiraríamos igual si fuera un veterano cheposo, pero escala como un muchacho, sin sentarse, como un niño que se aúpa para ver mejor la vida. El último milagro será que le vuelva a salir el frondoso pelo rubio de su primera juventud. A esta hora, nada se puede descartar.

Horner fue la simpática sensación de la primera semana de carrera. Cuarentón, divertido y hedonista. Así se presentó después de vencer en Lobeira (etapa 3) y enfundarse el maillot rojo. Cuando ganó en Hazallanas (etapa 10) y recuperó el liderato le alargamos el elogio y la broma, pero no el crédito. Flojeó en la crono y apostamos a que terminaría de caer en los Pirineos. Nos basábamos en un dato objetivo: jamás había llegado tan lejos en 18 años de carrera profesional. Pero aquí está. Al borde del éxito.

El prodigio de Horner, sin precedentes en la historia, nos deja algo confusos. Algunos piensan que bastantes problemas de credibilidad tiene el ciclismo como para encontrarnos ahora con un vencedor de la misma quinta que el director de la carrera. Sin embargo, a nadie se le ocurriría una trampa tan burda ni un campeón tan improbable. Horner es tan raro que tiene que ser verdad. Es posible que sólo sea lo que parece: un excéntrico que perdió el tren, una fruta tardía, quizá opacada por los años turbios del ciclismo.

Ayer volvió a hacerlo. Atacó Purito, respondió Valverde, aguantó Nibali y entre todos ellos se coló Horner, ese corazón con freno y marcha atrás. Al final, sólo quedó él. El maillot rojo trató de seguir su rueda, víctima del ataque de orgullo que ciega a los jóvenes cuando se ven superados por los viejos. El líder se fundió en el intento. No hay antídoto contra ese aleteo, ni rampas que lo detengan.

Mientras Horner ponía contra las cuerdas a Nibali, el bielorruso Kiriyenka levantaba los brazos en Peña Cabarga, después de 40 kilómetros en solitario. Los que fueron sus compañeros de fuga cruzaron la meta intercalados entre los favoritos, consumiendo eso que a partir de ahora podría decidir la carrera: los segundos de bonificación (diez, seis y cuatro en la meta; seis, cuatro y dos en los sprints intermedios).

Ya nadie podrá despreciar los segundos de regalo. A partir de hoy las fugas están prohibidas por orden ministerial. Quien desee la Vuelta tendrá que luchar por ese tiempo embotellado y quien pretenda acabar con Horner tendrá que citarle desde lejos. Después de la retirada de Cancellara (irresponsable, por cierto), al americano sólo le quedan seis compañeros. Le falta ayuda y le sobran años. Pero acaricia el cielo.

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