Mollema venció sorprendiendo con un ataque a 900 metros de meta. Un abanico del Saxo dejó el grupo en 34 corredores, pero sólo Pozzovivo y Pinot faltaron entre los favoritos.

Campeón. Repetimos la palabra con ligereza. Campeón. Como si vencer fuera suficiente para serlo. Como si esforzarse bastara. Se lo decimos a cualquier ciclista, del primero al último. Incluso a los niños por comerse el bocadillo. Y no es verdad. Campeón es otra cosa. Una dignidad. El campeón no gana, reconquista. Y no hablo del campeón múltiple, del coleccionista de glorias; eso es otra cosa. Para esa raza los italianos inventaron la expresión "campeonísimo", todo lo que cabe entre Coppi y Bartali (apenas nada). Yo hablo del campeón sin capa, del comandante sin ejército, del héroe sin poderes. De los tipos que defienden su prestigio, mucho o poco. De los que nunca abandonan a un fan. Hoy, concretamente, de Bauke Mollema.

Dirán que exagero, tal vez. Pero me explicaré mejor. No es la victoria de Mollema en Burgos lo que me conmueve. Me emociona su resistencia al fracaso, sus ganas de reivindicarse, su negación de la derrota. Mollema es un escalador de alta alcurnia (6º en el pasado Tour) que ayer venció al pelotón en el llano. Por puro empeño. Por la simple necesidad de rescatarse después de dos malas semanas. Porque siempre hay un chaval con un cromo o un crítico con un puñal. Mollema es, para terminar de entendernos, un campeón.

Y no fue el único en la etapa de ayer. El navarro Javier Aramendia volvió a meterse en una escapada. Después de tres mil intentonas ya podemos afirmar que no se fuga: se manifiesta pacíficamente. Reclama sus derechos y protege su honor de aventurero. A otros les da por acampar frente a la Casa Blanca.

Su compañero de fuga admite igualmente el título de campeón y prometo que no que incluiré a ninguno más en la lista (si acaso un par). Me refiero al australiano Adam Hansen, en disputa de su séptima gran ronda consecutiva (empezó en la Vuelta 2011). Jamás ha superado el puesto 72º, pero aún mantiene el ánimo para fugarse en la tercera semana, o para mejor decir en la 21ª semana consecutiva de una gran carrera. Cuando en 2014 complete las tres grandes (eso pretende) todavía le faltarán dos más para igualar a Bernardo Ruiz.

Los campeones no siempre ganan, olvidé comentarlo. Pero se despiden a lo grande. Así lo hizo Cancellara, que antes de marcharse rumbo al Mundial participó en la formación del abanico que atrapó a Pinot y Pozzovivo (1:30 en meta).

Ya en Burgos, el pelotón de los mejores llegó lanzado a la Subida al Castillo y por allí aparecieron los sospechosos habituales. La barba roja de Paolini (primo de Xabi Alonso), la pólvora de Ulissi y los maillots celestes del Astana.

Sorpresa. Cuando el grupo se recompuso apostamos por la victoria de Farrar, pero este no es país para sprinters. Entonces surgió Mollema para recordarnos que los de su estirpe jamás se rinden. Campeones se llaman.

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